












Café Brasilero, la leyenda del tiempo
Café Brasilero, la leyenda del tiempo.
Por Pablo Lorente
Decía Eduardo Galeano que los cafés lo son todo en la vida, como tu pareja o la familia. “A los cafés de Montevideo les debo todo, porque yo no tuve educación formal, ni siquiera primero de Liceo. En los cafés aprendí el arte de vivir y el oficio de narrar”. Y el Café Brasilero es vida, esa vida que te hace unirte al club de las mesas rayadas en cuanto pasas. Esas mesas que han visto a Benedetti y a Galeano buscar inspiración, donde los chicos jóvenes acuden a sentirse como sus héroes y a soñar con escribir, con ligar, hasta llegar a excitarse con sus propios versos.
Uno entra y vuelve a ser el niño que quiere jugar a batallas, a coger medias lunas y utilizarlas de barcos pirata, en el lugar donde el corazón te lleva lejos, hacia un pasillo en el que hay corsarios con damiselas en apuros. Allí, en el lugar legendario de la utopía en el horizonte, miras a las mesas buscando a Los Nadies de Galeano y al final te encuentras a Florencia Hughes, su hija, y piensas que seguro que estas paredes han pasado más tiempo con su padre que ella mismo. Florencia es la protagonista de uno de sus relatos, ‘Los hijos’, donde relata el poco tiempo que pasaba con ella y el tiempo como medida de la vida.
El Café Brasilero sirve para medir el tiempo, en suspiros, en preguntas, en las mesas, en esa barra final llena de botellas que pasaron tiempos mejores; en la mirada de la gente muchas veces triste, en llegar tarde a una cita o en no llegar. Medir cuánto son noventa segundos cuando el tiempo se detiene, cuando el espacio te pide parar y dejar que el día se convierta en Café. ¿Tomamos otro café? Dale.